Capítulo II


Agnus imbris


Bajo la lluvia todo toma otra forma, otro color, otra esencia. Es como si a través de las miles de gotas de agua se pudieran ver otros tantos miles de mundos y de vidas. A David le gustaba sentarse tras la ventana para observar a la gente de la ciudad corriendo como si se fueran a diluir bajo el agua. Aquel día, él era uno de los que iba por la calle, pero no se apresuraba ni se escondía bajo un paraguas. Simplemente se dejaba empapar y sentía como las gotas corrían desde su pelo a la boca dibujando unas agradables cosquillas. No tenía prisa. Iba a casa tras la jornada de trabajo, como cada día.

Al entrar al portal, tal y como venía haciendo desde el día en que se instaló en aquel céntrico piso de la ciudad, abrió el buzón para recoger la misma correspondencia de siempre. Era una especie de rutina que le fastidiaba en el fondo, pues sabía que rara vez le llegaba una carta personal entre toda la propaganda, las comunicaciones de los bancos y los sorteos en los que supuestamente había ganado un magnífico coche. Se echó el montón de cartas al bolsillo del abrigo y subió apresuradamente la escalera.

El contestador parpadeaba con ese ritmo frenético de siempre y marcaba dos mensajes de voz.

-Ahora te escucho. Tranquilo. –Le dijo a la máquina que seguía con el ritmo incansable del led rojo.

Se quitó el abrigo y lo colgó en la percha. Al hacerlo, una carta cayó al suelo y recordó que tenía que sacarlas todas. Las colocó sobre la mesa. Casi se iba a dirigir al contestador cuando vio una que no correspondía a ninguna entidad. El corazón le palpitó súbitamente. Sabía que era su madre, una mujer que a pesar de los años, siempre se había negado a poner teléfono en la casa y prefería escribir de cuando en cuando. Se empeñaba en afirmar que las palabras escritas siempre permanecen. David sonrió al recordar las ideas de su madre, tan tozuda y concienzuda como siempre. Sabía que no le faltaba razón, pero echaba de menos poder hablar con ella tan a menudo como lo haría si pudiera llamarla y le preocupaba verla tan aislada en aquel pueblo que se iba muriendo poco a poco.

Se sentó en el sofá y abrió con cuidado una carta que empezaba con los buenos deseos de siempre e inundada de cariño explicaba los pocos acontecimientos de la pequeña villa que cada vez se iba quedando más desierta, pero de la que se negaba a salir.

-Yo nací aquí y aquí me moriré. –No había argumentos válidos ante la determinación de aquella mujer valiente que supo sacar adelante a una familia en un tiempo en el que no todo era fácil para una mujer viuda desde tan joven.

Hablaba del nacimiento de un niño, que, junto con una boda, era lo más importante que podía ocurrir allí; de la muerte de aquella vieja vecina y de los pocos acontecimientos que daban vida a aquel pequeño pueblo. Sólo al final, justo antes de despedirse, le contó escuetamente, casi sin querer darle la importancia que tenía la noticia, acerca de la extraña muerte del sacerdote que llevaba en la cada vez más desierta iglesia desde poco después de la tragedia de 23 años atrás.

David se dejó caer hacia atrás en el sofá medio aturdido y de repente le vinieron como en un flash todos los recuerdos de aquel día de cuando era pequeño.

Había rodeado la mesa y se había encontrado al Padre Damián, un hombre mayor y de gran envergadura, tirado en el suelo con el torso desnudo. Su pecho se abría en una enorme cruz que ya había dejado de sangrar, pero que bañaba todo de aquel color rojo oscuro de sangre coagulada. Su rostro céreo, salpicado de sangre, mostraba unas facciones de dolor. No se movía. El niño sabía que estaba muerto. A su lado había una hoja muy vieja que él no había podido entender. Muchas líneas llenas de símbolos y letras separadas por guiones. Imposible de entender. Sólo había retenido el título que destacaba arriba con una letra muy adornada: Agnus Dei, y una de las líneas más abajo subrayada con sangre que era incapaz de descifrar. Sólo había podido leer mi-se-re-re.

No supo cuánto tiempo había pasado hasta que consiguió volver a respirar y salir corriendo de la iglesia. En la calle vomitó y, llorando, no sabía muy bien si por la desgracia de su padre o por lo que había visto, la gente comenzó a acercársele y en poco tiempo la guardia civil lo asaeteó a preguntas que no acertaba a contestar.

El tiempo pasó y siguió sin saber lo que había ocurrido realmente. Era demasiado joven. Si hubiera tenido más consciencia, se habría dado cuenta de que realmente nadie, ni la guardia civil, supo jamás quién había hecho aquello y por qué.

David procuró volver al presente. Leyó rápidamente con la respiración entrecortada lo que restaba de carta y se quedó pensativo.

De todo lo ocurrido, lo único que podía adivinar ahora, 23 años después, es que el asesinato se había hecho, por la forma, con algún fin o de un modo fanático y que el extraño papel que reposaba junto al cadáver era una partitura. Las líneas y los símbolos no eran más que pentagramas repletos de notas musicales, pausas, bemoles, sostenidos, becuadros y el resto de los símbolos que se encuentran en ellos. En todos aquellos años se había interesado por el tema, aun sin querer volver atrás, y había descubierto que las misas cantadas en latín solían conformarse siempre de las mismas partes fijas y una de ellas, al final, era el "Agnus Dei": Agnus Dei qui tollis pecata Mundi, miserere nobis. Agnus Dei qui tollis pecata Mundi, miserere nobis. Agnus Dei qui tollis pecata Mundi dona nobis pacem.

Miserere, ten piedad, era lo que estaba marcado en la partitura.

Ahora había vuelto a morir otro cura en extrañas condiciones. No creía que pudiera ser algo tan macabro como la vez anterior porque en el tiempo que había tardado la carta en llegar, él no había oído, visto ni leído nada en ningún medio de prensa, pero se prometió buscar información en internet en cuanto tuviera tiempo. Allí trataría de dar con la prensa más local o los sucesos extraños y encontraría más información.

Por el momento trató de quitarse todo de la cabeza. No quería volver al día más extraño y triste de su vida, en el que fue testigo de un crimen monstruoso mientras su padre moría sin recibir la extrema unción.

Se levantó del sofá moviendo la cabeza lentamente y se dirigió al contestador. Pulsó el botón para escuchar los mensajes y la voz de Martín invitándolo a tomar un café con los amigos lo tranquilizó. Decidió que iría al bar a reunirse con él y sus amigos inmediatamente. Ya no tenía hambre. El siguiente mensaje comenzó con ruído de fondo y se acercó un poco para tratar de oír mejor. Una voz susurrante, ambigua y, de algún modo, atrayente, habló.

-David, no quieras saber quién soy. Eso no importa. Sólo intenta ponerte en contacto conmigo. No hay nada que temer. Llámame. Encontrarás el número en una tarjeta entre tus cartas. –Y colgó.

Un escalofrío recorrío la espalda de David. De pronto, una cantidad de ideas paranoicas se le vinieron a la cabeza. Si aquello tenía algo que ver con el asesinato, ¿por qué le daban un número que siempre sería fácil de rastrear? ¿Por qué lo llamaban a él? ¿Cómo sabían quién era y dónde vivía para poder meter la tarjeta en el buzón? En realidad ¿estaba todo esto relacionado con lo que había ocurrido tantos años atrás? ¿Y por qué precisamente ese mismo día de la carta de su madre? Corrió hacia el montón de cartas para buscar la tarjeta. No estaba. Comenzó a desesperarse, pues sin ese número se quedaba a ciegas, pero recordó que le había hablado de una tarjeta. Fue rápidamente hasta el bolsillo del abrigo y la encontró en el fondo. Era realmente un trozo de papel acartonado sin una forma recta que contenía un número de móvil escrito a ordenador. Nada más.

Se dirigió al teléfono para hacer la llamada, pero lo pensó mejor y decidió hacerla más tarde, cuando se hubiera calmado tras un rato con Martín y los amigos, así que volvió a dejar la tarjeta en el bolsillo, se puso el abrigo y volvió a salir a la lluvia sin percatarse de que mientras bajaba por las escaleras, el teléfono de la casa volvía a sonar.

7 Cuéntalo tú:

Vaya vaya, esto se va convirtiendo en un thriller en toda regla, vas creando una atmósfera inquietante y morbosa, y un estilo muy visual, me lo imagino perfectamente como una película (tiene ecos de "Los sin nombre" o "Memorias del ángel caido"), deberías encargarle la banda sonora a Roque Baños, por lo menos. Estoy deseando saber cómo sigue.

Un abrazo.

ayyy, que nos has dejado aquí, y ahora que pensar. Que cosas más raras, pero porque él, Que hizo el cura, por que otro muerto ahora????? uuuiii, yo quiero saber como sigue estoooo

Besos cielo

jaj Al principio pensaba que el que te mataba era yo, cari. pues me parecía otra historia distinta, y no acababa de entenderlo pues ayer nos habías dejado con el alma en vilo...

Luego ya empezó e encajar una historia y otra. Eso si, seguimos todos acojonados e intrigados. Estos crímenes rituales fanáticos tienen algo que sobrecoge. La tensión está asegurada, pq las cartas, el teléfono, las tarjetas,no son nada al lado de las señales no comunes: cruces ensangrentadas, pentagramas ilegibles que tocan una música que no se puede interpretar, ritos satánicos que nadie puede explicar sin riesgo de morir. crímenes de hace 23 años que la policía no ha sido capaz de desentrañar...

Y aquí estamos nosotros, tran ricamenente asististiendo a este futuro best-selers, con el alma en un puño.

recuerdame, cari, que cuando te conozca, te mate, jajajajaa.

bezos

THEODORE: Lo que yo quisiera es realmente crear ese thriller, pero no creo que lo consiga, la verdad. Me encanta lo que dices del estilo visual (esas comparaciones son muy halagüeñas) y si te digo la verdad (es que no te miento, de veras), esto, que ya lo he dicho antes, se empezó a escribir hace muchos años y tiene una banda sonora, te lo juro. Lo que pasa es que la perdí. Sólo conservo la parte principal en mi cabeza, porque los archivos desaparecieron, pero me la inventé también, jajaja. Si es que ando medio tonto. Y si quieres saber como sigue, pues resulta que David sale, el teléfono está sonando y entonces... bueno, ya te enterarás en el siguiente capítulo, jajaja. Un abrazo grande y muchas gracias por tu comentario.

ALEX: Te podría decir por qué precisamente él y lo del muerto y todo eso que preguntas, pero si te lo digo le quito el poco interés que pueda tener, jajaja. Tú engánchate y ya te irás enterando de todo, ya verás. Un beso!

THIAGO: No sé por qué me tenías que matar tú a mí precisamente, si soy bueno, jajaja (¿acaso he dicho que el cura de hace 23 años fuera malo?). Y es verdad que parece otra historia distinta, pero es que han pasado muchos años. La cuestión es empastarlo todo y si no me ha salido y te has perdido, el error es mío. Tampoco quería dejarte con el alma en vilo. Sólo con el alma al aire, jajaja. Y la verdad es que no sé por qué te empeñas en esos ritos satánicos. Ya, ya sé que lo de la cruz en el pecho es algo raro, pero bueno... tampoco hay nada dicho al respecto. La música se puede interpretar, pero hay que saber música, jajaja y es verdad que hay crimenes que no se han podido desentrañar. Por cierto, cari, si se me olvida cuando me conozcas que me tienes que matar es porque ando muy mal de la memoria, como bien sabes ¿eh? Que no digas que no te lo avisé, jajaja. Besos.

Muchos besos y muchas gracias a los tres. Me alegra que os esté gustando. A ver si en el tercer capítulo os consigo atrapar un poquito más. No es que se vaya a aclarar la cosa, ya lo aviso, pero se irán descubriendo algunos detalles... y hasta aquí puedo leer...

Ed.

Ay Dios............ya estoy enganchada...........Dita sea!

Viene muy bien, la historia atrapa, y cómo!! También comienzan a sumarse los muertos, me encanta, jajajaja!!
Continúo leyéndote ansioso.

BESOTES.

Ya estoy impaciente para que salga la tercera parte muy buena historia besitos guapo

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