La puerta de la consulta se volvió a abrir para que entrara otro paciente mientras el médico seguía tecleando en el ordenador los datos de la última visita. Levantó la mirada y vio a un chico de menos de 30 años acercarse a su mesa. No sólo era guapo y atractivo; su cuerpo estaba tan bien hecho que podría haber sido el modelo de cualquier atlas de anatomía. Manuel, don Manuel, como le llamaban sus pacientes de cada día, tragó saliva.
-Buenos días. –se atrevió a decir.
-Buenos días, doctor. –La medio sonrisa del chico le resultaba enigmática.
-¿Va todo bien? –Justo al terminar la pregunta, Manuel se sintió estúpido.
-Bueno, no sé… -contestó el chico sonriendo aun más. –Si fuera todo bien no estaría aquí, ¿no?
-Sí, sí. Esa pregunta sobraba. –Manuel suspiró aliviado y le devolvió la sonrisa. –Dime cómo te llamas para buscar tu historial y me cuentas.
-Denís Morales Díaz. ¿Quiere algún dato más?
Manuel levantó la vista y observó una mirada pícara clavada en sus ojos. Azorado negó con la cabeza y se volvió al ordenador para teclear torpemente el nombre. A veces discutía con sus amigos porque ellos opinaban que un profesional de la salud no podía sentir nada al ver o tocar a un paciente. La misma vieja historia de que eran seres asexuados. No era el caso de él y estaba convencido que no lo era el de nadie. Demasiadas veces se había empeñado en explicarle a los amigos que todos eran personas y que sentían y vivían las cosas igual que los demás, pero ellos estaban convencidos de que la profesionalidad, que él había guardado siempre, estaba necesariamente ligada a los sentimientos y los instintos. Ese era el barranco que ellos no conseguían cruzar.
-Bien, ya te tengo. Dime. –Manuel volvió con la mirada al chico que esperaba con los brazos cruzados.
-¿Me tiene? –Denís rió con descaro y le guiñó un ojo a Manuel, que, desconcertado, se puso rojo al instante.
-Bueno… ya me entiendes. –Balbuceó.
-Ya, ya. Estaba bromeando. Perdone, es que no lo puedo evitar.
-No importa, hombre. A veces se agradece una visita así después de tanto de lo mismo, tú sabes Denís. Incluso me puedes contar lo que te pasa. –Esta vez fue el médico el que le sonrió.
Denís descruzó los brazos y cesó de repente el juego de las miradas.
-Verá… es que me da un poco de corte contarlo, pero bueno, supongo que estará acostumbrado a ver de todo…
-Hombre, por supuesto. –Manuel se sintió por primera vez intrigado. –No te apures por nada ni te dé vergüenza. Puedes estar tranquilo.
-De acuerdo. –Dijo decididamente Denís. –Pues que me pica todo y estoy un poco preocupado.
-¿Todo el cuerpo?
-No, no. Que me pica… bueno…
-Puedes hablar claramente, Denís. No me voy a asustar de nada. –Manuel sabía a qué se refería, pero de algún modo deseaba escucharlo a él.
-Los huevos y… ya sabe… toda esa parte.
Denís se movía inquieto. Todo el desparpajo de cuando entró había desaparecido por completo.
-Ya. Comprendo. –Dijo Manuel. -¿Has mantenido relaciones hace poco?
-¿Eso es importante? –La respuesta de David resultaba algo desafiante.
-Sí, lo es. Si no lo fuera, no te preguntaría.
-Pues hace unos días. No recuerdo exactamente cuándo. Digamos que hace cuatro.
-Está bien. -Musitó casi para sí mismo el médico. –No te voy a preguntar si con un hombre o una mujer. No es necesario saberlo de momento, pero sí te voy a pedir que te bajes los pantalones. Tengo que mirarte.
-Pues casi preferiría que me hiciera la pregunta, la verdad. Se me hace más cómodo decirle que fue con un tío que ponerme en pelotas aquí mismo.
Manuel volvió a fijarse en la belleza del chico y sintió una incomprensible punzada de celos. A sus cuarenta y pocos años seguía siendo un tipo atractivo, pero se sentía muy solo desde hacía demasiado tiempo.
-No pasa nada, Denís. Puedes quedarte tranquilo, pero déjame ver si te puedo ayudar, ¿te parece? –La voz de Manuel sonaba tranquilizadora.
-Sí, sí. De todas maneras sabía que tendría que hacerlo. Hasta me sentí aliviado cuando entré en la consulta y vi que era un tío el que me iba a ver, porque si llega a ser una médico me largo. Las bromas eran de puro nerviosismo. –Explicó Denís.
Manuel sonrió y le indicó con un dedo que hiciera lo que le había pedido. Denís lo miró durante un segundo que pudo haber sido un siglo y acto seguido se desabrochó los pantalones y los dejó caer, dejando a la vista unos calzoncillos blancos de marca que le quedaban a la perfección. La erección de Manuel fue instantánea.
-Eso también, Denís. –Titubeó el médico mientras se ponía, nervioso, unos guantes de látex.
Denís se bajó los calzoncillos hasta la rodilla. Su hermoso miembro caía flácido sobre unos testículos casi perfectos. El vello púbico no era abundante y estaba bien dibujado, aunque se notaba que no había sido rasurado. Ante ese panorama no era necesario, pensaba Manuel.
-Te tengo que tocar para explorarte, ¿de acuerdo? –Dijo el médico con todo el aplomo posible en esas circunstancias.
-Sí… ya… pero no toque demasiado, que no soy de piedra y usted… bueno… ya me entiende. –Contestó Denís bromeando nervioso ante la situación.
Manuel casi se sentía desvanecer. En aquel momento se habría metido aquel pene en la boca sin dudarlo un instante, sin importarle lo que fuera. El suyo propio le palpitaba bajo los pantalones en un intento de salir. No dijo nada. No podía.
Comenzó a tocar, tembloroso, a Denís y descubrió al instante el problema. Ni siquiera era necesario seguir, pero continuó un poco más. El tacto, incluso con los guantes, era delicioso, como el calor que emanaba el miembro de aquel chico de mirada profunda.
-De acuerdo. –Dijo.
-¿Qué pasa? –Preguntó casi asustado Denís.
-Nada, hombre, no tienes que preocuparte. –La voz del médico mostraba más aplomo del que él mismo sentía. –Tienes ladillas.
-¿Ladillas? Eso es malísimo, ¿verdad? –Denís estaba asustado.
-No, Denís. No es que sea agradable ni bonito, pero no pasa nada. Es algo que se pega con facilidad.
-Maldito hijo de puta. –Masculló Denís.
-¿Qué? –Manuel se puso en guardia.
-No. No me refiero a usted. Estoy hablando del tío ese asqueroso del otro día. –Se explicó Denís. –Total, por un mal polvo…
-¡Ah! Pensé que lo decías por mí. –Contestó aliviado Manuel.
Denís trató de sonreír, pero se le dibujó una mueca extraña en la cara, que reflejaba una gran preocupación.
-Ladillas… ladillas… ¿qué son las ladillas exactamente? –Preguntó.
Manuel lo miró y trató de hablar para tranquilizarlo.
-Pues verás; aunque suene fatal y parezca algo gravísimo, no son más que piojos de…
-¿Piojos? –Casi gritó Denís.
-Espera, espera que te cuente, Denís. Óyeme, ¿de acuerdo? –Le dijo Manuel.
-Vale, de acuerdo. ¿Pero piojos? ¡Qué asco!
-Pues sí, son una especie de piojos que viven casi siempre en la zona púbica. Necesitan más calor que los de la cabeza y además, igual que los otros, viven donde hay pelo. También te los puedes encontrar alguna vez incluso en las axilas o en otras zonas donde haya vello o pelo. De todas maneras, a pesar de que se pasan con mucha facilidad de una persona a otra y hay que evitar su transmisión, no son peligrosos en sí hoy en día. No es tan raro y hay cosas bastante peores. Te mandaré un tratamiento y en muy poco tiempo se habrán muerto todos y problema resuelto, ¿te parece?
-Pues claro. –Dijo resueltamente Denís, que seguía con su miembro a la vista azorada de Manuel.
-Puedes subirte los pantalones. –Le sugirió con una suerte de pena el médico al hermoso chico, que corrió a ponerse la ropa con rapidez. El gesto volvió a excitar a Manuel, que casi huyó a su mesa a escribir la receta.
-Usted es un buen médico. Es una gran persona. –Soltó de repente Denís.
Manuel arrancó la receta del talonario y se la dio a Denís con los ojos clavados en los del chico.
-Gracias. –Fue lo único que consiguió decir.
-Gracias a usted. –Denís tomó la receta tocando levemente la mano de Manuel, que sintió una oleada de calor que le subió hasta la cara.
-Me llamo Manuel. Me puedes tutear.
-Vale, Manuel. Si quieres vengo a contarte cómo me ha ido en unos días. –Dijo alegremente Denís.
-Por favor…
-Pues lo haré, seguro. Te veo en unos días. ¿Hay algo más que tenga que hacer? –Preguntó el chico.
-Bueno, tú sabes. Es mejor evitar relaciones con desconocidos y tomar todo tipo de precauciones, pero vaya, esto lo habrías pillado de cualquier manera. –Le explicó el médico.
-Nosotros ya nos conocemos, ¿no? –La sonrisa pícara había vuelto al rostro de Denís.
-Sí, ya nos conocemos. –Manuel no sabía qué decir.
-Te veo en unos días, Manuel. Acuérdate de mi cara, ¿eh?
¿Cómo se iba a olvidar? Manuel se levantó para despedirse y darle la última recomendación.
-Procura no mantener relaciones con nadie en estos días o le contagiarás el mismo problema.
-Cuando ya no tenga nada igual eres tú el primero que se entera. –Dijo Denís con la sonrisa abierta.
-Hasta pronto, Denís. – Se despidió el médico sin querer decirle cuánto deseaba que así fuera.
-Nos vemos. –Saludó el chico mientras se dirigía hacia la puerta. La abrió, miró hacia Manuel y le guiñó un ojo. Luego cerró la puerta tras de sí.
-Nos vemos… -Repitió para sí mismo Manuel con la mirada perdida más allá de las paredes de la consulta y preguntándose si Denís volvería. La puerta se volvió a abrir. Uno de sus habituales pasó a la consulta para despertarlo de su ensueño.
-Buenos días, don Manuel. Qué malita cara tiene hoy. ¿No ha dormido bien?
-Será eso, Francisca, será eso.